De cobrar 94 euros al año a ser la cocinera estrella del centro
“Vinimos a tener una vida mejor. Yo no quiero nada. Solo quiero sentir que soy humana”.
30/07/2021
Son las 5 de la mañana y en una de las habitaciones suena la alarma de un móvil. Fatama (nombre ficticio) se revuelve entre las sábanas y la apaga. Aún es de noche, pero ella se levanta, estira sus sabanas y baja apresuradamente las escaleras. Hoy preparará el almuerzo para 20 personas y está deseando impresionarles.
La cocina está en la parte de atrás, dando a un pequeño jardín que rodea el centro de protección para niños y niñas extranjeros no acompañados en el que vive, cerca de Las Palmas. Es grande y ella se desenvuelve con soltura mientras saca bandejas, ollas y tajines.
Está acostumbrada. A los 8 años decidió asumir la responsabilidad de mantener a su familia, que vive en un pequeño pueblo cerca de Marrakech (Marruecos). “Nos faltaba dinero, mi padre se fue a la ciudad buscando trabajo y nos mandaba algo. Pero se metió en problemas y acabó en la cárcel. Tuve que dejar de estudiar y me fui a la ciudad buscando trabajo”.
Trabajar desde los 8 años para mantener a tu familia
La falta de oportunidades, de acceso a la educación, la pobreza y la violencia son algunas de las causas que impulsan a los niños a migrar. Con 8 años, Fatama ya había dejado el colegio y tenía un empleo. “Trabajaba en una casa, limpiando. Me levantaba a las 5 de la mañana, hacía la comida, ponía las mantas en remojo, hacía el almuerzo. Me trataban fatal y me pagaban 94 euros al año. Después de dos años les dejé”. Ahora tiene 17, y aún llora cuando lo cuenta.
Pese a esos comienzos, Fatama no puede disimular su pasión por la cocina, a las 10 ya tiene listas las fuentes de ensalada y la ternera está guisada. Comienza, con mimo, a emplatar una larga sucesión de bandejas con la misma precisión que el mejor chef. Llegó a Canarias en diciembre de 2020 y tuvo la suerte de ser aceptada en un módulo de cocina al que asiste los miércoles y jueves durante 3 horas. Disfruta aprendiendo y nos advierte que ella nunca falta a sus clases.
Cada vez llegan a Canarias más niñas migrantes solas
Antes solo recibían niños en el centro, explica la subdirectora de las instalaciones de acogida, Bouchra Saidi, pero últimamente está aumentado el número de niñas que viajan solas en patera hasta Canarias: muchas son huérfanas o hijas fuera del matrimonio, o huyen de la violencia, la mayoría han vivido experiencias traumáticas que se agravan con la dureza de la travesía. Estos traumas no se abordan, en muchas ocasiones, por falta de recursos para dar una atención especializada e individualizada a cada uno de estos niños.
Solo deja de sonreír cuando recuerda su pasado y nos cuenta que los trabajos que conseguía no eran suficiente para mantener a su familia y que decidió emigrar para ayudarlos. “Volví a casa, a mi pueblo, porque mi hermano pequeño empezó a pedir en la calle. Pero nada nos llegaba. Al final cogí un autobús a la costa y empecé a buscar gente que emigra. Supe que en tres días zarparía una patera”.
Fatama recuerda el miedo, “al principio no podía subir a la patera. Cuando se estropeó el motor tuve más miedo aún y empecé a llorar, pidiéndole a Dios que me perdonara por todos los errores que cometí en mi vida. Pero lo arreglaron y entonces nos cogió Salvamento. Cuando llegamos a Canarias estaba muy emocionada. Me gustó el buen trato y para mí era el paraíso”.
Un sueño muy real entre fogones
En el centro donde está Fatama conviven 8 chicos y 8 chicas, todos magrebíes, se tratan como hermanos. La mayoría de ellos siguen esperando el resultado de sus pruebas óseas para determinar su edad. Asoman por turnos en la cocina para ver cómo avanza el almuerzo, aunque hoy tienen un taller de corte y peluquería en el sótano, del que se van escapando para ver si logran picar algo. La fama de la cocinera la precede.
Cuando la comida está lista, sus compañeros la reciben con un aplauso. No es para menos. No solo por los tajines de ternera con salsa de ciruelas y almendras y las ensaladas de arroz y verduras, también por la mesa del té que ha preparado, con pastas y bizcochos que ella misma ha horneado. “Fatama llegó con el anhelo de ser una gran cocinera y aquí creemos que ya lo es. Tiene muchas ganas y se levanta muy temprano para cocinar para los demás y poder ganarse la vida” nos dice orgullosa Bouchra.
La dejamos soñando, con cocinar, con hacer feliz a la gente con sus platos, y con cumplir la promesa que se hizo de pequeña, ayudar a su familia a salir adelante. “Vinimos para tener una vida mejor, yo no quiero nada, no quiero nada, solo lograr mi sueño: quiero ser jefa de cocina y ayudar a mi familia a construir una casa y mantener a mis hermanos. Solo quiero sentir que soy humana”.
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