Niños refugiados: la historia de Hiba

Hiba Al Nabolsi es una niña siria de 10 años que ha crecido en la guerra y ha tenido que soportar un agotador y peligroso viaje en busca de un lugar seguro.
Niños refugiados: la historia de Hiba

Ahora, Hiba vive con su familia en un centro de tránsito para personas refugiadas y migrantes en la ex República Yugoslava de Macedonia, donde uno de nuestros espacios amigos de la infancia trata de devolverle la sonrisa.

"Vi a gente morir porque las bombas caían sobre ellos. Mis amigos y mis vecinos morían a nuestro alrededor y no podíamos hacer nada". Los grandes y hermosos ojos verdes de esta niña expresan una profunda tristeza cuando se acuerda de su Deraa natal, una de las ciudades más afectadas por el conflicto armado en Siria.

Los días previos a que la guerra llegara on un sueño muy lejano ya para Hiba. Recuerda cómo se preparaba para ir al colegio, los dibujos coloridos que pintaba y las carcajadas de sus amigos jugando en el patio del colegio. "Me encantaba ir a la escuela, pero entonces todas las clases cerraron. No podíamos salir. Y comenzaron los bombardeos".

Niños refugiados: una familia rota

En 2014, para proteger a su mujer y a sus 6 hijos, el padre de Hiba, un conductor de 43 años, decidió emprender el largo viaje hacia Europa, que parecía ser un refugio seguro y una promesa de vida normal. Hiba cuenta que, en el camino, todavía en Siria, su hermano mayor fue asesinado. "Era el hermano al que más quería. Lo echo mucho de menos", suspira la niña.

Para el resto de la familia, lo que quedaba de viaje suponía mucho más que un reto. El dinero y la comida escaseaban y viajaban con un bebé, Wisam, el más pequeño de la familia. Por aquel entonces, sus otros dos hermanos tenían 7 y 11 años, respectivamente. "Hiba me ayudó mucho con sus hermanos. No sé qué habría hecho sin ella", recuerda su madre Nesrin, de 39 años.

En febrero de 2015, la familia llegó a la costa turca del frío y tormentoso mar Mediterráneo. "Nos metimos en una balsa de goma con otras personas. Empezamos a movernos y el motor se detuvo", recuerda Hiba.

Niños refugiados: varias horas a la deriva

La familia permaneció en el bote a la deriva durante varias horas. "Mucha gente lloraba. Pero yo no tenía miedo. Vi un helicóptero volar por encima de nosotros. Lo señalé y les dije que no se asustaran, porque la ayuda estaba en camino. Y eso fue lo que pasó: nos salvaron", explica Hiba.

En mayo de 2015, después de varios intentos de cruzar la frontera, Hiba y su familia consiguieron entrar en la ex República Yugoslava de Macedonia. "Tuvimos que cruzar un río y mi madre se hirió una pierna. Nuestras ropas estaban mojadas y estábamos temblando de frío", recuerda. “Pero hoy aquí nos sentimos mejor, mucho mejor”.

Poco a poco, la familia se ha ido ajustando a la rutina del centro de tránsito para personas migrantes y refugiadas en Gevgelija. Como otras 200 familias, los Al Nabolsi viven en un refugio prefabricado. Resulta complicado respirar en su pequeña casa de metal ya que la ventilación es muy pobre. Además, en el refugio hace mucho calor en verano y mucho frío en invierno. Aunque tienen sus necesidades básicas cubiertas, no pueden moverse más allá de las puertas del centro. No saben cuánto tiempo más tendrán que esperar para que les den una alternativa de asentamiento.

Hiba en un espacio amigo de la infancia de UNICEF

Niños refugiados: un futuro brillante

Sin embargo, en medio del centro, hay una estructura blanca desde la que se oye música, palmadas y risas de niños. Se trata de uno de nuestros espacios amigos de la infancia, donde Hiba pasa la mayor parte del día. Un joven pone una canción de Shakira y un grupo de niños baila en círculo y juega con las sillas. El espacio está lleno de alegría, muebles de colores y dibujos de niños en las paredes.

"Si pudiera, Hiba probablemente dormiría aquí", bromea su madre, orgullosa del entusiasmo de su hija a la hora de participar en las actividades que se desarrollan en el espacio. "Ahora parece estar mucho más feliz. Estoy segura de que hará grandes cosas en la vida".

A lo largo del día, más de 20 personas hacen turnos para ofrecer una gran variedad de actividades para los niños en el centro. “Me gusta todo. Dibujamos, jugamos… Estamos aprendiendo inglés, alemán y macedonio”, explica la niña con la cara iluminada por la alegría.

A pesar de los traumáticos recuerdos de la guerra y el peligroso viaje, Hiba vuelve a ser una niña feliz con grandes sueños y un optimismo inquebrantable. "Sé que mi futuro puede ser brillante. Quiero ser profesora de inglés y enseñar a los niños, porque todos los niños merecen una buena vida”.

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