Zelalem: su sueño y su regalo
Post de Cristina Saavedra, periodista de laSexta.
93 millones. ¡93 millones! La cifra impacta porque, para qué engañarnos, en estos tiempos lo primero que uno piensa es que son euros. ¿Dinero que va o que viene? ¿que quitan o ponen? Es para detenerse y esperar una explicación pero ya les adelanto que la cifra tiene valor humano, no económico. Por eso es más grave.
93 millones de niñas y niños de todo el mundo padecen
alguna discapacidad. Ahora la cifra tiene mucho más peso,
o debería.
El dato lo extraigo del Estado Mundial de la Infancia 2013, el informe
que UNICEF realiza cada año. Merece la pena que se paren un
momento, unos minutos, a leerlo. Aunque ahora les parezca
extraño, sólo con eso estarán ayudando a luchar contra la
invisibilidad de la que habla Consuelo Crespo, Presidenta de UNICEF
Comité Español.
Leyendo entre las letras, se volvieron a dibujar dos caras,
las de Zelalem y su abuela Finote. Los conocí hace
tres años, en su casa de Etiopía, dondeZelalem ha vivido recluido porque la vida decidió
que la única que iba a jugar era ella y no él. Zelalemnació con una discapacidad que le impide mover las
piernas, su cerebro tampoco se desarrolló como debía y sus
brazos se fueron entumeciendo por la falta de
movimiento.
Los huesos de Finote, la única mujer que lo ha cuidado,
empezaban a resentirse. Zelalem crecía y ya no podía cargar con él.
Cada día lo sacaba de la cama al jardín y de vuelta al anochecer. Y
la pena iba consumiendo a esta mujer de sonrisa inmortal que se
resistía a dejar de soñar con que un día Zelalem pudiera ir
al colegio y se relacionara con otros niños. Ese era el
sueño que se caía como las humanas gotas saladas.
Pero, un día, las fichas cambiaron de mano y Zelalem
empezó a ganar. En su partida con la vida sólo le faltaba
un buen compañero de equipo. Y llegó.
En 2010, Pau Gasol y UNICEF pusieron en marcha
un proyecto en el que tuve la suerte de trabajar. Un
amplio proyectoque pasaba por dar la oportunidad a muchos niños y niñas de
recuperar derechos robados y entre ellos estaba el derecho a
demostrar que a pesar de sus discapacidades, niños como Zelalem son
capaces de superar obstáculos. Sólo necesitan una
oportunidad.
Zelalem recibió una silla adaptada al
pedregoso camino de su barrio etíope. Sus ganas se convirtieron en
fuerza e hizo de sus brazos los gobernantes de su cuerpo.Así llegó el colegio.