El campamento de los niños sirios
Post de Dailo Allí, Jefe de Prensa de UNICEF España
El campo de refugiados de Za’atari está a medio camino de la nada, en un lugar cubierto de piedra y arena, en pleno desierto de Jordania. Lo que empezó siendo un refugio temporal de personas que huían de la guerra de Siria, ha ido creciendo hasta convertirse en la quinta ciudad más grande de Jordania.
Un mar de tiendas de campaña, letrinas, escuelas y hospitales construidos en barracones gracias al trabajo de organizaciones como UNICEF y miles de aportaciones de personas anónimas, gobiernos e instituciones.
Una extensión de territorio que crece cada
semana, sin descanso, debido al incesante goteo de
personas que llegan hasta aquí, en autobuses o a pie, buscando un
refugio en el que dormir, cuidar a sus hijos y vivir con la
normalidad que puede dar un lugar de tránsito como
este.
En un campo de refugiados todo adquiere el calificativo de
temporal, de pasajero. Pero en Za’atari la ilusión por el retorno
se diluye a medida que se intensifican los ataques quecronifican el conflicto en Siria, de donde
llegaron las más de 100.000 personas que habitan este refugio
huyendo del horror de la guerra.
A Za’atari lo llaman el ‘campamento de los
niños’ porque la mitad de las personas que viven aquí
tienen menos de 18 años.
Es habitual ver a los niños jugando entre las
tiendas, serpenteando los puestos de venta ambulante
cargados de bolsas con comida o portando cubos de agua de un lado a
otro. Emociona verles con sus mochilas en las espaldas, camino a
alguna de las dos escuelas levantadas por UNICEF. El sonido de las
risas y las canciones que se puede escuchar en los patios a la hora
del recreo, envuelve el campo de una aureola, de un brillo, que no
deja indiferente a nadie.
“Me gusta venir a clase porque mi compañero de pupitre aquí
también lo era en mi escuela de Homs” dice Mohammed, de 11
años.
Algunos llegan a clase con miedo porque sus aulasfueron bombardeadas en Siria. Otros lohacen cansados porque deben cruzar andando todo el
campamento. []
Una de las prioridades de UNICEF es lograr que los niños
puedan continuar con sus estudios aunque estén a tantos kilómetros
de sus casas, ya que además de garantizar su formación se les da
apoyo psicosocial para eliminar las heridas dejadas por la
guerra.
Algunos niños han visto morir a sus padres, a familiares, a
compañeros de pupitre o a sus vecinos. Da igual que conozcan o no a
las víctimas, siempre recordarán las escenas de un conflicto que no
provocaron, que no entienden y del que solo quieren saber cuándo
acabará.
De momento no hay fecha de retorno así que la vida
sigue en Za’atari.
UNICEF distribuye a diario 3,5 millones de litros de agua, ha
construido más de 2.400 letrinas, ha levantado y equipado dos
escuelas y ha vacunado hasta el momento a más de 60.000 personas
contra la polio. Evitar la propagación de enfermedades es
prioritario en un entorno como este, en el que, a pesar de los
esfuerzos, las condiciones de saneamiento no son las
ideales.
Pero el mensaje que más se escucha entre los equipos de UNICEF
que llevan trabajando aquí sin descanso desde el inicio de la
crisis es el mismo: si no llegan fondos, no podremos continuar
nuestro trabajo y tendremos que cerrar las escuelas, dejar de dar
apoyo psicológico a los niños y en el peor de los casos, dejar de
suministrar agua.
Es la terrible amenaza que se cierne sobre
una de las mayores crisis de este siglo, y que no nos podemos
permitir como sociedad.
La ayuda llega a cuentagotas, las promesas de la comunidad
internacional se desvanecen entre recortes del gasto público y,
mientras tanto, a miles de kilómetros de las bolsas de valores y
las sedes gubernamentales, la población siria se enfrenta a una
terrible crisis humanitaria sin fin a la vista
Sin embargo, lo que no cesa es la solidaridad de la
gente que, más allá de las primas de riesgo y medidas de
ajuste, contribuye con su esfuerzo y colaboración a luchar por las
cosas que tienen solución. Y esta crisis de refugiados sirios la
tiene.