La hospitalidad mauritana y el cordero
Por Toté Moreno, Presidente del Comité de Castilla-La Mancha y Patrono de UNICEF España.
La carretera que une
Nouakchott con Aleg es una interminable línea recta de 250
kilómetros. Ya antes de salir de la ciudad nos damos cuenta que es
mejor no mirar la carretera. Este es un país relativamente libre y
democrático; y en la carretera lo de la libertad se lo toman al pie
de la letra, vamos que conducen como les da la gana. Solventado el
asunto de la conducción, sobre todo tras el primer susto con
“pequeña salida” hacia un arcén inexistente incluido, dejamos que
Hashem, nuestro simpático chófer, haga su trabajo y nos dedicamos a
la contemplación del desierto mauritano. Nouakchott es una
ciudad que cuenta con cerca de un millón de habitantes.Bueno, en realidad el tema del censo no está muy claro pero se
calcula que la capital tiene entre 700.000 y ese millón de personas
viviendo por sus calles. Aquí lo raro es encontrarse con
edificios de más de dos o tres plantas por lo que la ciudad cuenta
con unas dimensiones considerables. No son muchas las calles
asfaltadas y todas acumulan en sus arcenes importantes
cantidades de arena del desierto. Del tráfico mejor no
hablar que ya está todo dicho… sólo un apunte: si las bocinas de
los coches funcionaran con pilas, los de Duracell se harían de oro…
¡Qué pesaditos con el claxon! Esa imagen, urbana a su
manera, desparece nada más salir de la zona metropolitana.A ambos lados de la carretera van apareciendo pequeños
asentamientos con unas cuantas cabañas construidas con los más
diversos materiales, desde adobe a cemento y algo parecido a los
ladrillos, hasta cañas, plásticos o planchas metálicas. No faltan
las haimas que nos recuerdan que Mauritania fue, hasta no hace
mucho, un conglomerado de tribus nómadas, sometidas a la
colonización francesa e independiente desde 1960. Tras tres horas y
media de camino llegamos a Aleg, la capital de
Brakna. Antiguo fuerte francés, hoy es unalocalidad con unos 20.000 habitantes. Su calle
principal, la única con algo parecido al asfalto, bulle de pequeños
comercios y transeúntes. Tras la protocolaria visita a las
autoridades locales, nos encontramos con los miembros de
Tostan, ONG senegalesa que gracias a UNICEF y al Comité Español
está llevando a cabo un increíble proyecto que ellos llaman
“reforzamiento de capacidades comunitarias”. Pero detrás
de tan anodino título se esconde un poderoso salto en el desarrollo
económico, social y cultural de las pequeñas comunidades en las que
se ha llevado a cabo. El programa tiene, no obstante, un objetivo
muy claro y concreto: eliminar de la vida mauritana la
terrible práctica de la mutilación genital femenina. Con
un enfoque de derechos, con la participación de todos los niveles
gubernamentales y asociativos posibles y con el absoluto
protagonismo de la propia comunidad, el programa ha permitido
mejorar los niveles de vacunación, de registro de nacimientos, de
asistencia a consultas médicas, de atención a las mujeres
embarazadas, de escolarización; ha posibilitado la creación de
cooperativas de mujeres. Y ha conseguido crear comunidades
que públicamente declaran estar libres de la mutilación genital
femenina. Además, ese importantísimo logro se ha llevado a
cabo con el consenso de toda la comunidad, incluidas aquellas
mujeres que durante décadas agarraron una oxidada cuchilla para
someter a las niñas de su poblado a la más cruel de las
mutilaciones. Creo que ninguno de nosotros olvidará jamás la
experiencia vivida en Bouhdida con una de estas comunidades. Y
UNICEF estaba allí, en boca de decenas de mujeres que contaban
abiertamente y con orgullo que gracias a ese trabajo hoy se sentía
personas portadoras de derechos. La vida en Aleg es lenta o rápida
según se la tome uno. No conviene ir con muchas prisas porque los
50 grados a la sombra no invitan a la velocidad en ninguna
actividad. Aquí sólo corren las cabras cuando cruzan la carretera y
escuchan acercarse a un coche a toda velocidad, porque camellos y
vacas se lo toman con parsimonia y no parecen tener sus vidas en
mucha estima. Por cierto, en Mauritania la amabilidad y la
hospitalidad son una religión. En ese sentido tenemos
mucho que aprender de este pueblo. Es normal llegar a cualquier
casa por humilde que sea y que te agasajen con lo mejor de su
despensa que normalmente es cordero. Aquí se come con las manos y
sentados sobre alfombras alrededor de un gran plato. De segundo
arroz, también con las manos. Al final te vas acostumbrando…
a lo que no tengo muy claro que me acostumbre es a comer
cordero a las dos de la tarde (invita la comunidad), a volver a
comer cordero a las cuatro (invitación del responsable de educación
de la región), a cenar cordero (invitación de un amigo del
bueno de Ahmed) y, al día siguiente, a comer… lo
adivinan…